lunes, 11 de septiembre de 2017

Camino de tolerancia

A mi amigo Claudio Jiménez, maestro del camino. Un crisol de lenguas, de razas, de culturas andan el camino hoy igual que ayer, porque el hombre y la mujer han de perseguir sus sueños y alimentar sus anhelos. Todos portan a sus espaldas mochilas ligeras y afirman su paso corto de costalero de paso palio en las subidas, largo de paso de Cristo en el llano y paso de peregrino sufrido en cuesta abajo, porque ahí residen todos los peligros. Despierto a John, cubano de Florida, y le pido que cambie de postura para que todos podamos dormir. Él accede amable, pero al rato vuelve a su tronío. A la segunda vez, me dice: -¡Pongan velitas, no más! Llueve el rocío de la mañana bajo el robredal, y cuando las primeras claras encienden la luz en el bosque aparece ante de mí una pareja tomados de la mano con el mismo candor de la niebla del ocaso matutino, con la misma frescura del ramaje y con la misma pureza de las gotas que chorrean mi rostro. Chapurreo en inglés con un holandés, que me dice que comenzó el camino en la puerta de su casa y me enseña fotos de su paso por el centro de Francia, nevado como la Antártida, la pasada primavera. Si no estuviésemos en el camino, lo tomaría por mentiroso. Cuando los partidos políticos respondan al clamor popular y elaboren una ley educativa de consenso para varias generaciones incluirán el Camino de Santiago como asignatura obligatoria. Esta vastedad de saberes desde el Románico medieval al altruismo y al arte del s. XXI en viejos caseríos donde jóvenes de hoy han encontrado su lugar compartiendo un café o una fruta con el peregrino; brindando una palabra amable y una sonrisa envueltas en una mirada clara. O en albergues cuidados con esmero por hospitaleros que fueron desahuciados de su trabajo y de su hogar por el capitalismo salvaje. Asisto a misa de tarde en San Martín del Camino junto al padre Miguel, que viene desde México a celebrar sus 15 años de sacerdocio y hace su camino como un ángel, siempre con palabras de aliento para todos. Igual que las hermanas del albergue parroquial de Santa María en Carrión de los Condes, un bálsamo de paz y armonía en medio de la tierra de campos castellana, famosas en todo el camino francés por la acogida que dan al peregrino En Casa Verde, junto al pueblo natal de Luz Casal, Sonia y Quico nos ponen chupitos entre las cervezas, mientras Pepe, de Tolox, nos relata su camino huyendo de la Costa del Sol, y yo escribo con un pobre bic en tu blusa, vieja versada en el camino, unas palabras de agradecimiento, y tú la prendes del techo junto a otras decenas de ellas que lo pueblan. Luego cuesta seguir con la solana del mediodía, pero se acorta el paso y los tumbos son menos. Eso, y que no hay prisa por llegar, porque la meta está siempre en el camino y no al final. Ya no asustan las ampollas, ni duelen las tendinitis porque todo ha sanado entre palabras de aliento, miradas cómplices, sonrisas amables; entre tragos de vino y en la frescura del agua de las fuentes del camino: esa culebra de vida que atraviesa bosques y sembrados; esa serpiente que te inocula la paz por páramos y serranías; ese misterio; esa metáfora de la vida, que a veces se estrecha en cerrado sendero; otras, en tortuoso empedrado; pero, como en la de verdad, siempre te tiene reservado un verde prado para descansar de tus trabajos si no cejas en perseguir tu horizonte con generosidad.

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